Un loco amor de verano

Aquel hombre ya empezaba a preocuparnos, de pronto salía de atrás de los arbustos silbando y mirando a la distancia, con los brazos unidos en su espalda, al tiempo que pateaba la arena, como haciéndose el distraído. Se acercaba a la orilla. Nos miraba de reojo y Bill decía:
-Lo curioso es que lo escuché decir en el supermercado que vendría a pescar, y sin embargo no trajo caña, calderín ni nada, solo mira como vuelan los pájaros.
-Tienes razón – dijo Tom- lo que no entiendo es lo del calderín ¿Qué necesidad tiene de hervir agua?



Winny y yo lo miramos aún más convencidas de que desconocía por completo todo sobre la pesca, pero antes de que hiciéramos observación alguna se adelantó a gritar: -¡Bo gordo, los peces no vuelan! ¡Déjate de mirar al cielo guaznápido!
El hombre lo miró muy serio, casi a punto de comérselo crudo pero prefirió dar media vuelta e irse a esconder detrás de un arbusto.







Más allá de todo esto lo pasamos muy lindo, aunque lo más lindo de la jornada fueron los ojos de Bill, enredándose en miradas con los míos. En un momento me tomó la mano y me invitó a
caminar por la orilla olvidándose de la pesca, de su hermano, de Winny, pero no del gordo bigotudo que nos seguía como una sombra.
Ya atardecía, debíamos regresar.


Continuará...